Quiero que pensemos sobre el juego poniendo el foco en el gerundio: jugando, la acción, el hacer. El juego implica hacer. Es un hacer que se inscribe en un espacio y un tiempo, que permite elevarnos a otro lugar, pero sabiendo que estamos limitados por unos bordes que a la vez dan alas para salirse de ellos, sin saber a dónde llegaremos.
Veamos a un niño jugar: su juego no se da en el aire, sino que hay un tiempo en el que el juego transcurre, un espacio donde se despliega la actividad y elementos imaginarios, o concretos que hacen de materia.
Una forma de entender el juego sería como una actividad sin mandatos, con la cualidad de la libertad. Para que los niños puedan jugar libremente, deben sentirse seguros, en presencia de un ambiente que lo contenga, un orden externo que permita su libertad interna.
El tiempo del juego es un aquí y ahora, es un tiempo espontáneo.
Una buena forma de acompañar o de jugar con un niño, es participar de las reglas que, ya sean explícitas o implícitas, hacen que uno esté dentro o fuera de él. Lo importante para el niño, es que no minimicemos el valor de esas reglas, podemos respetarlas o transgredirlas, pero nunca ignorarlas. Porque jugando el niño está realizando una actividad para él muy seria! teniendo su juego, una finalidad infinitamente impredecible.
Les propongo que se tomen el trabajo de verlos jugar, de acompañar su juego, sin imposiciones, sin prisas, sin ordenarles objetivos, y vivirán una experiencia regresiva, a aquellos años infantiles, donde penetrábamos en un mundo seguro pero incierto, conocido pero sorpresivo, poblado de personajes amables y otros temidos, pero, sobre todo, un mundo placentero!
Lic. María Elena De Filpo Beascoechea
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