miércoles, 25 de noviembre de 2015

El hijo real no es el hijo soñado.

Los que deciden ejercer la maternidad o la paternidad,
la van ensayando durante su vida, al recibir, como hijos, los cuidados de sus padres, al descubrir el tipo de relación que mantiene cada uno, aprendiendo a discriminar qué les hace bien y qué les hace mal, y también. Jugando a ser madres o padres. En este mundo de representaciones de las que venimos hablando, el bebé soñado lo imaginamos desde diferentes roles: soñamos de qué forma será como hijo, como hermano de sus hermanos, como nieto de nuestros padres, seguramente de acuerdo a la experiencia que hemos tenido desde estos roles en lo personal. Este bebé representado tiene una larga historia, más allá del momento en que planeamos su existencia. Durante el embarazo, la representación del bebé en la mente de la madre, del padre, de los abuelos, se va transformando. En la madre, el desarrollo de estas representaciones, va creciendo hasta el séptimo mes de embarazo, allí se detiene. Entre el séptimo y el novenos mes las representaciones del bebé en la mente de la mayoría de las madres, se desdibuja o se detiene, según se ha estudiado en psicología del desarrollo y las interacciones. Las conclusiones al respecto son, que las madres detienen su imagen soñada del bebé, unos meses antes del nacimiento, como modo de proteger a su hijo/a, a sí mismas y al vínculo entre ambos, del impacto que supondría, la potencial discrepancia entre el bebé real y el bebé soñado, que se produciría en el encuentro. Este proceso se da de forma inconsciente y facilita un encuentro Madre-bebé, lo más libre posible de condicionamientos.

Lic. María Elena De Filpo Beascoechea.
Licencia: todos los derechos reservados.
Fotografía: Mariela De Filpo Beascoechea
Licencia: todos los derechos reservados.

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